Cine de vampiras. Primera parte

Lo sabemos todos. Los buenos propósitos los carga el diablo y tienen como final quedarse arrinconados mirándonos con pena mientras vemos otra vez ese capítulo del programa de repostería que no nos gustó nada. Pero nos gusta engañarnos y vamos poniendo un propósito tras otro imaginando que sí, que venga, que esta vez sí que lo cumplo y escribo esa novela, compongo algo, paseo más, veré por fin esa serie de El pájaro espino de la que hace tanto que oigo hablar, voy al gimnasio, aprendo klingon o me ducho más.

Hace unos días me propuse volver a escribir. Por motivos varios, hacía años que no me sentaba a escribir con ganas, en serio y con un propósito definido. Fue horrible. Estaba oxidado. Había olvidado qué era eso de juntar una letra tras otra y que tuviera algún sentido. Así que frustrado dejé a un lado esa novela de humor y fantasía juvenil que estaba llamada a revolucionar el género y hacerlo entrar en otra dimensión y profundidad, y dirigí mi vista este pequeño y olvidado rincón de la blogsfera. Quizá, pensé, si vuelo al blog a escribir cuatro tonterías sobre alguna de las películas que voy viendo se me desentumezcan los hábitos y pueda volver a la ficción con mayor soltura. O quizá no, pero al menos estaré entretenido y no molestaré a mis conocidos con mis quejas y caras raras.

Dicho y hecho. Retomo el blog. Y como no sabía por dónde empezar propuse en las dos únicas redes sociales por donde me muevo, Instagram y Twitter, algunos temas sobre los que podía ver y hablar. Algunas personas votaron entre los temas propuestos y en Instagram ganó el tema de cine de Vampirillas y en twitter el cine de Hombres lobo y otros bichos con pelo. Fue casi un empate así que decido porque para algo son mis reglas, que iré alternando los temas. Vampiras y licántropos. Películas de uno y de otro. De todos los géneros que pueda, épocas, colores, intenciones y gradaciones de violencia y desnudos gratuitos. Porque yo lo valgo.

Así que empezamos, cine de vampiras.

Byzamtium, Neil Jordan, 2012


Amo esta película.
La historia de una madre y una hija vampiras en continúa huida durante los siglos ocultándose de una organización vampírica patriarcal es fascinante. Tanto lo que cuenta (y me encantan hasta los posibles fallo de narración y sus fugas o temas inconclusos) como el empaque visual arrebatador que tiene. Toda la decadencia y abandono de sus personajes, ese estar fuera del tiempo y que la textura de la película parezca de sueño, de estar dos palmos por encima de la realidad. Amo que sea un compendio de literatura gótica, romance triste de literatura juvenil (y lo digo como algo bueno), literatura pulp y serie B.

Es hermosa, la dirección de Neil Jordan es elegante y atmosférica, el ritmo pausado y un ligero humor negro que acompaña las imágenes. Y dos actrices portentosas como son Gemma Arterton y Saoirse Ronan; entregadas y comprometidas. 




Y ya desde esta película, la primera que vi en este ciclo de cine de vampiras (que no la primera vez que veía esta pelícua) nos encontramos con un motivo que se repetirá, se repetirá, se repetirá en casi todas las cintas; un grupo de hombres persiguiendo para eliminar a la mujer vampira. Ya sean vampiros masculinos, ya sean cazadores de vampiros, ya sean otros grupos. casi siempre la mujer vampira está vista como algo peligroso, algo más perverso que un vampiro masculino y que hay que eliminar y exterminar lo antes posible. 

Ya lo apunté cuando hice el ciclo de adaptaciones de Carmilla; sea intencionado o no por los directores, guionistas, actrices, etc. de las películas, la vampirización de una mujer suele traer una liberación física, sexual, intelectual y de apetitos. Y esto, claro, para el mundo masculino es un peligro que debe ser erradicado. Como en la adaptación de Carmilla en The vampire lovers (Roy Ward Baker, 1970) que hizo la Hammer (y ya sé que veo más de lo que hay y de las intenciones de la productora que básicamente era un producto lleno de tetas y sangre) esa búsqueda de placer y libertad debe acabarse. Y si son con unas enormes estacas, mejor.

Algo de todo esto hay en la segunda película.

Les lévres rouges, Harry Kümel, 1971


Un joven matrimonio llega a un fastuoso hotel en temporada baja para pasar la la luna de miel. Allí conocerá a una misteriosa aristócrata y a su secretaria y establecerán un complejo y malsado juego entre ellos. Que la condesa presuma de ser descendiente de Elizabeth Báthory (ya sabéis, la condesa sangrienta, la que se bañaba en sangre de doncella para ser siempre joven y hermosa, de la que se dice que mató o hizo matar a más de seiscientas personas) es lo de menos.

Drama psicológico disfrazado de película vampírica disfrazada de película erótica. Lo que se conoce como psicodrama psicosexual. Es una película bellísima en el aparato visual y muy interesante en lo narrativo. Utiliza el tema vampírico de forma sutil y se aleja completamente de explotaciones que en los mismos años hacía la Hammer en Inglaterra, por ejemplo. Es una de esas películas donde los personajes hablan mucho y van despojándose de traumas y cargas emocionales. Sobre todo en el caso del protagonista masculino que debido a sus complejos y su incapacidad para enfrentarse a su pasado y presente familiar acaba perpetuando la violencia.







Como dije en mi perfil de letterboxd en un ejemplo absoluto de análisis superficial que solo busca la gracía inmediata, la moraleja de todo esto quizá sea que los tios son lo peor y que nada mejor que el vampirismo lésbico para quitarse tonterías, tabús y zarandajas de la cabeza.

Es una de esas películas donde el reparto está bien aunque destaca Delphine Seyrig como Condesa Bathory en una interpresación juguetona, matizada, perversa y tierna a la vez. Y aunque sé que no era la intención del director (por lo que he leído por ahí), al final quizá debido a la presencia de Delphine Seyrig, la película acaba conteniendo un mensaje feminista y liberador. Nuevamente el vampirismo para la mujer es una puerta de escape a otra realidad, más libre, más valiente, más sexual y fuerte.

Blood red sky, Peter Thorwart, 2021


Madre enferma y su hijo viajan en un avión. Unos tipos muy duros secuestran el aparato. La madre es una vampira a la que ya le cuesta lo suyo mantener la humanidad como para que le toque al hijo. Y, claro, todo se sale de madre.

Pura y dura serie B con la vulgar factura visual a la que nos está malacostumbrando Netflix. Divertida, sangrienta, con alguna cara conocida, un único escenario y presupuesto ajustadito. Lo único en lo que se escapa de ser serie B auténtica y con carnet es que dura cuarenta minutos más de lo que debería. Pero, oye, sin problema serio. Es una aportación interesante y divertida a lo vampírico. Porque aquí dejamos elegancia, vestidos bonitos, sofisticación y decadencia para convertir al vampiro en un animal salvaje, puro instinto de destrucción y violencia.




Lo mejor de la película es el retrato de la relación materno filial con cariño y detalles y como ella lucha durante gran parte de la película para seguir conservando el instinto humano y no dejarse llevar por la orgía de sangre que se inicia en el avión. Y otro hallazgo es que se toma en serio a sí misma y no se deja llevar por el absurdo de su punto de arranque (un vampiro en un avión). Se compromete con su condición de película de terror y acción y así sigue adelante. A pesar de los litros de sangre, aquí vamos a ver a una madre preocupada por su hijo.

Aquí el vampirismo es una válvula de escape para los instintos más primarios y violentos. El cuerpo reducido a una máquina de matar, alimentarse y buscar presas.

Lifeforce, Tobe Hooper, 1985


Si Lifeforce no te parece un películón no vale la pena que discutamos de ellos porque no nos pondremos nunca de acuerdo. Seguramente todo lo que odías de la película o encuentras fallido es lo mismo que a mí me hace amarla con fuerza. Y sí, incluyo su último y absurdo tercio donde todo este espectáculo de ciencia ficción se convierte casi en un remake de Incubo sulla cità incontaminata (Umberto Lenzi, 1980).

La película es de una belleza apabullante. Su primera media hora es un festival visual increíble para ver en bucle. El resto no desmerece en belleza y diversión. Y sí, parece escrita por un adolescente de catorce años obsesionado con los pechos y todo acaba siendo absurdo, incoherente, lleno de diálogos imposibles y terriblemente divertido. 

Es un pupurrí de referencias imposible que no tendría que funcionar, pero que por una extraña alquimia acaban cuajando. ¿Vampiros espaciales? ¿El cometa Halley? ¿El desnudo gratuito más largo, sostenido, apabullante y fascinante de la historia del cine? ¿Posesiones? ¿Zombis? ¿Actores protagonistas que se parecen entre ellos y no sabía quién era quién y no importaba? ¿La ciencia ficción british con Quatermass a la cabeza? ¿Maravillosos efectos manuales? ¿Un héroe cuya misión es aguantar las ganas de achuchar a la vampira durante toda la película y solo resistiendo sus impulsos sexuales salvará el planeta?

Todo esto y mucho más en una fiesta con presupuesto que quería capturar la esencia y el espíritu de la serie B americana e inglesa con miles de influencias en una época anterior a la invención de la nostalgia y la referencia como único motor de una película.






¿Y la vampira? Pues es una alienígena que viene a la tierra con sus compañeros para alimentarse y robar de la energía vital de los humanos para hacer algo con ella (no me quedó claro) y que se pasea desnuda media peli en un ejercicio de pura explotación o como una muestra de libertad y poder; puedes elegir la interpretación que quieras, la intención original es clara, pero como espectadores podemos darle la lectura que nos dé la gana.

Próximamente, más.

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