Licorice pizza, Paul Thomas Anderson, 2021

Hay películas que sin saber por qué tocan ciertos resortes de tu ánimo, pulsan determinadas teclas y se abren a ti haciéndose necesarias e imprescindibles para explicarte y explicar quien eres en estos momentos. Frase estúpida y algo pedante, lo sé, pero ahora mismo no sé decirlo de otra forma. Cada vez me cuesta más encontrar películas como ésa; que me gusten hay muchas, que me emocionen, cada vez menos, pero las hay. Que me sacudan y eleven y hundan al mismo tiempo, muy pocas. Y en el cine contemporáneo, menos. La desconexión tan brutal y violenta que siento con el cine que se produce hoy en día hace que prácticamente nada de los que se estrena, sea en plataformas, sea en el cine, me interese, conmueva o motive. Culpa mía, lo sé. Me estoy haciendo viejo y, con seguridad, no sé mirar dónde correspondería.

Por suerte, la semana pasada encontré una de esas películas.



¿Por qué?
¿Qué tiene la última película de Paul Thomas Anderson para afectarme de esta manera? ¿Para considerarla desde ya una película que me habla? Que no es nuevo. Magnolia fue un puñetazo fílmico y emocional como no he sentido en mi vida. El hilo invisible me dejó echo unos zorros. ¿Por qué esta visceralidad con el cine de Paul Thomas Anderson? ¿Y por qué Licorice pizza?

Aviso para los navegantes: voy a decir una cursilada.
Licorice pizza tiene la textura de los sueños. 
Es una fantasía hermosísima, líquida, irreal e inaprensible. Un poema visual y narrativo donde cada una de sus escenas es orgánica, dice y habla, comunica. No es solo que técnicamente sea cada uno de sus planos un milagro, si no que cada plano es el que tiene que ser y en su conjunto crea una ensoñación ideal sin nostalgia. Los personajes principales están en un oasis apenas entrevisto, una pausa entre la crisis energética, el miedo a crecer, las responsabilidades, el mundo gris y absurdo de los adultos, una capsula hecha de buena música, conversaciones rápidas, proyectos, discusiones y dudas. Y cuando la realidad parece cercar y saltar sobre la yugular de Alana y Gary, corren. Ojo, no huyen, solo corren hacia delante, hacia donde pueden retrasar un poco la puta realidad que saben acabará engulléndolos.


















Para mí, Licorice pizza ha sido reencontrarme en un cine con la belleza formal, narrativa, emocional. Y me resulta muy difícil explicar qué me ha pasado con esta película. ¿Qué decir? Hablar de los sueños, de la textura de la voz de Karen Carpenter, de lo que significa emocionalmente que esté rodada en 35 milímetros y tenga esa luz que la conecta con el cine de los sesenta y setenta y lo que significa todo ese cine, música, literatura para mí. De la conciencia pesimista de que con Licorice Pizza he vivido una de las últimas veces que en un cine sentiré el arrebato.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lo más destacado, que no necesariamente lo mejor, de 2022

La noche del terror ciego, Amando de Ossorio, 1972