My bloody Valentine, George Mihalka, 1981
Lo que más me ha gustado de esta película más allá de las muertes más o menos creativas, de lo realmente icónico de su asesino enmascarado o de lo odioso que resultan algunos de los personajes (¿por qué tiene que existir el gracioso en todo grupo sean campistas, estudiantes, bailarines o mineros? Sí, ya me sé la teoría de The Cabin of the Woods, pero, de verdad, es el personaje que más deseo que muera, sufra y se ceben), es su ambientación. Un pueblo minero donde no hay nada más que un bar con el típico viejo loco que amenaza. Donde las noches se pasan en desguaces calentando la cena en el motor. Donde los bailes se hacen con las mismas personas que ves cada día en el bar haciendo las mismas cosas, los mismos chistes, las mismas conversaciones y la misma nada. Donde la esperanza de irse no tiene cabida porque los que se van, acaban volviendo más derrotados y humillados. Un pueblo perdido donde en el horizonte siempre estará el perfil de la mina y donde no hay nada. Un retrato de un pueblo que depende de su mina para sobrevivir y que cualquier cosa, la recesión, la crisis del carbón, unos asesinatos de más o de menos, puede amenazar. Y si desaparece la mina, desaparece el pueblo.
Vamos, cine social.
Como Ken Loach, pero con sangre y ojos saltando y sin discursos que te expliquen el tema de la película porque como eres medio tonto, espectador.
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