Crónica de (otro) Sant Jordi, primero normal de la era Post-Covid

Los que me leen desde hace años saben que una de las pocas tradiciones que sigo es la de hacer una pequeña crónica de cómo ha ido Sant Jordi. Para lo que no lo sepan, trabajo (y, para mi condena, soy) librero y cada abril, cual Átila cruzando los Alpes hasta las cejas de setas alucinógenas, llega el día de Sant Jordi con sus rosas, sus paradas de libros en la calle, su descuento, sus listas de libros mediocres más vendidos, sus libreros quejosos, autores que solo buscan que alguien les hagan mimitos, colas interminables y toneladas de cansando. Vamos, un buen día. Todos los preparativos no, pero el día en sí, es realmente bonito. Si queréis leer las anteriores las podéis encontrar repartidas entre dos de mis abandonados blogs, pero siempre con posibilidades de resucitar si la pereza, esa amante cruel, me libera de sus tentáculos. Aquí y aquí.

Este Sant Jordi era especial. El año anterior no pudo celebrarse por aquello de estar en casa encerrados por un virus (¿os suena?) y en julio se hizo algo parecido a un pseudo Sant Jordi a las seis de la tarde, pero que fue un experimento fallido más frustrante y aburrido que otra cosa. El Sant Jordi del 2021 tenía que celebrarse. Y a lo bestia. Han sido semanas de si sí o si no. De si en la tienda y en la calle, no. En la calle sí y el tienda también. De si en el mismo sitio o en otro. De si desnudos o cubiertos de barro.  De si montar paradas de libros toda la semana (¡estáis locos!) o si no. Los representantes iban viniendo la tienda y comprabas libros como si fuera un día normal sabiendo que quizá al final no se haría y las devoluciones iban a ser monstruosas. ¿Y tú que opinas? Que si, que no, que quizá, que ya veremos. En lo único que coincidíamos todos era en que si se acababa haciendo, por favor, que no llueva.

Y se hizo.

Llegó el 23 de abril y con su mascarilla, su gel y sus conversaciones sobre qué vacuna es mejor para mutar se hizo Sant Jordi. Y, como siempre, empezó con librero que por culpa del confinamiento se metió entre pecho y espalda un par de kilos más que no se ha podido quitar de encima, haciendo un pipi, lavándose las manos y mirándose en el espejo. 

Aquí estamos. 
Otra vez. 
Puto Sant Jordi.

Vestirse, desayunar, ponerse la mascarilla


y para el Passeig Verdaguer. Esta Sant Jordi post Covid han cambiado la ubicación de las paradas. Y no es el único cambio. Parada más pequeña, acceso controlado, PCR anal a todos los asistentes, horario definido y mascarilla obligatoria. Como casi siempre, llego el primero. 


Siete y media de la mañana. Poco después, la furgoneta.
Y poco después de las nueve, la parada montada.
Lo que supone un récord porque habitualmente siempre vamos tarde. Empezar antes, la parada más pequeña y menos libros se nota.


El día fue bien, de verdad. No llovió que es lo más importante. Hizo sol sin que fuera abrasador. Hubo gente y colas, pero en ningún momento fue agobiante. Las ventas fueron constantes, se acabó lo que se preveía que se acabaría (la lista de más vendidos y toda esa mierda) y algunas cositas que fueron apuestas personales. Hubo gente, pero no hubo acumulación incontrolable. No fue como otros años en los que te llamaban doce personas a gritos, atendías a seis a la vez mientras los colaboradores de la parada iban preguntando dónde estaban los libros y volvían a preguntar por el que se había acabado (sí, Iris, el de Oriol Mitjà se acabó, de verdad). No me volvía loco ni acabé bailando lo que dice mucho de un día con un ritmo diferente.

¿Pasaron cosas? 
Sí, claro. El señor que se enfadó porque no tenía el libro que quería y de ahí pasamos a ser lo peor del universo. Aquel que preguntó dónde teníamos los libros de reparación de furgonetas vintage. ¿Un Harry Potter en griego clásico? Ese momento de pánico en el que te das cuenta que del libro que llevas diciendo un buen rato que se ha acabado aún quedaban un par de ejemplares. Un libro para alguien que no le gusta leer y que no se lo va a leer y se cabrea si le regalan libros (en serio, compradle una botella de vino y tan feliz). Libros de youtubers, tiktokers, influencers y etcéteras de nombres complicados y con números que ni tienes ni te suenan porque ya tienes una edad, y unos kilos, viste King Kong 2 en el cine y esa dimensión paralela se te escapa. Un libro de poesía que no sea poesía si no algo bonito. Mi nieto es muy listo así que dame un libro para nietos listos. ¿Me recomiendas un libro que sea de los más vendidos? Y te das cuenta de que no puedes responder a esa pregunta. ¿Qué opinas del último libro de Risto Mejide? No quieres que responda a esa pregunta. No encontrar un libro en la sección infantil porque ¿quién encuentra algo en ese puñetero caos que es la sección infantil? A. vuelve, te hemos añorado. ¿Cómo es que no tenéis ningún libro de Daniel Lacalle? ¿POR QUÉ?

Si es un puto crack y te voy a explicar por qué. 
No importa que te alejes porque puedo gritar muy ALTO.

Vino una de mis clientas favoritas y hablamos unos segundos sobre literatura juvenil. Y vino otras de mis clientas favoritas y le dije pilla este libro y lo pillo. Alguien me agradeció aquella recomendación y venía a buscar otro para regalar. Y sí, tengo un libro de dinosaurios para pequeños en letra mayúscula. Leigh Bardugho es una de las mejores así que sí, lee Sombra y hueso y todo lo que haya escrito. La novela de Leila Slimani es genial, a por ella. Reyes de tierra salvaje es divertidísima y la verdad es que agradezco tanto un poco de fantasía de grupo y hostias sin más complicaciones que las risas y las hostias. Entre Panza de burro y La meitat evanescent pues las dos, claro. Pasaron A. y Niña Dragón, las dos preciosas, y me regalaron un diccionario de literatura cubana. Engullí un bocadillo de lomo y una de chistorra y disfrutaba del maravilloso sol (qué largo se ha hecho el invierno). Pasaron los de la Partida del lunes e hicimos los consabidos saludos de miembros de la Partida del lunes. Y prácticamente todas las personas que pasaron por allí estaban contentas y con muchas ganas de disfrutar del día y de hacer algo que pareciera más o menos normal sin sentirse culpable por estar haciendo algo más o menos normal. Que sí, los geles y las mascarillas, pero el sol, poder pasear, hablar, compartir lo que se ha comprado, visto o mangado.

Todo bien. Lo de todos los años. 
Agradable, divertido, algún momento tenso, pero en general muy bien.

Salvo por el hilo musical.
Porque el ayuntamiento puso como hilo musical la radio local.
Y, oh señor, lo que estábamos allí trabajando durante todo el día no nos merecíamos esos consejos de moda (según la edad que tengas no te pongas falda o no entres en ciertas tiendas porque no quieres hacer el ridículo) que se podían resumir en un "empodérate, pero no te pases". Nos nos merecíamos un recital de poesía amateur ni un acompañamiento de flauta. No nos merecíamos un concierto de un cantautor (¡un concierto, exagerado! Si solo fue una canción). No nos merecíamos a tertulianos que criticaban a tertulianos que en sus tertulias hablaban de cierto programa de televisión y qué vergüenza dedicarle minutos y... ¡Y qué mierdas estáis haciendo vosotros! 

No nos merecíamos que estos contenidos se repitieran a lo largo del día. Trabajadores sencillos, algunos más simpáticos que otros, vale, pero que intentan hacer bien lo que hacen viéndose sometidos a esa incesante cháchara. Quizá no lo recordaría todo de forma tan... apasionada si el volumen no hubiera estado puesto en nivel quince y el altavoz no lo hubieran situado justo delante. Las voces de la tertulia no me dejaron escuchar con toda claridad los insultos que me dedicó aquel tipo ni las por qué el nieto de esa señora era tan, pero tan listo.

Pero lo llevé con la dignidad que me caracteriza y sin quejarme mucho (y eso que la queja se me da de maravilla).

Seguid hablando de Evole y su programa. A mí, plin.

Y a las nueve de la noche, fin. Desmontar la parada mientras los últimos rezagados te preguntan por los libros más vendidos. Muchas menos cajas de vuelta de las que se llevaron lo que es muy bueno. Cansado, con dolor de pies, los brazos molidos y con hambre. Llevar las cajas a la librería, comentar cuatro cosas y para casa a cenar, achuchar a A. y a la pequeña, ver a los mayores y verme un capítulo tonto de la tonta serie de Supergirl porque necesito descansar el cerebro y no pensar en absolutamente nada más.

Otro Sant Jordi. Y van...


PS. Sí, ya sé que esto se supone que es un blog de cine y que la entrada de hoy no casa bien, pero esto tiene fácil arreglo. Lynch, Warhol, Waters, Gene Tierney, Don Siegel, Charlize Theron, qué alto era Rock Hudson, Dolly Parton, Jean Marais, anda, mira, Charles Laugthon haciendo de francés, Florinda Bolkan, Mario Bava, El sesino de la caja de herramientas, Sissy Emperatriz, Aparta a Julio Medem de mí, joer que susto la pelotita de las escaleras, Rachel Weisz, Mario Monicelli, Vivien Leigh, Cronemberg dirigiendo un musical, Jorge Grau, Cristina Galbó diosa, no nos merecemos a Emma Penella y Detention es una de las pocas obras maestras del siglo XXI.

Comentarios

  1. ¡¡¡Me encanta!!! Vuelve Sant Jordi y vuelven tus crónicas. Vuelve lo bueno.
    Parece una tontería, pero las circunstancias están haciendo que se saque algo positivo: menos multitudes, menos agobio, volver a la calle con más ganas...
    Me gusta el cariño con el que hablas siempre de tus queridas lectoras jóvenes.
    Me has hecho reír con la radio local. Los altavoces sonando todo el día son una tortura.
    En fin, me alegra mucho que disfrutaras del día y que las ventas fueran mejor de lo esperado. Fue un día bonito para todos, sí.

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