Detour, Edgar G. Ullmer, 1945

Me gustan muchas cosas de una película como Detour, pero una de las que más (si no la que más) es la destrucción que hace del prototipo de mujer fatal; un personaje que de forma generalizada siempre aparece cargado de elegancia, glamour, sensualidad. Incluso en sus versiones más vulgares de la más vulgar serie B, esa mujer que conduce al protagonista a un pozo físico y moral del que no conseguirá salir suele ser alguien que por alguna extraña razón resulta atrayente, fascinante y puedes entender por qué ese gilipollas acaba metido en un atraco que le viene grande, en un asesinato o en una huida hacia ninguna parte.

Pero en Detour, no. 

En Detour, Ann Savage compone una femme fatal de mirada perturbada, siempre al borde la histeria, febril, nerviosa, anti glamorusa y vulgar en toda la extensión de esa palabra. Gestos, mohines, palabras y posturas que destruyen todo lo que sabemos y conocemos de las mujeres fatales y hacen de la película algo más extraño e inquietante. 

El más puro y genuino antiglamour de la femme fatal

Él no es un héroe (o antihéroe o lo que sea), ni la trama responde a ninguna expectativa, ni una conexión amorosa, ni ella, como he dicho. Solo ese ambiente de fatalidad y ponzoña moral, esa necesidad de uno hacia el otro basada en la codicia y la cobardía; dos personajes que se odian, pero se ven entrelazados por extraños y retorcidos motivos.

Es malsana, onírica, retorcida, sucía y terrible e inquietamente divertida.





Y todo esto en poco más de una hora.

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