Especial Belleza. Mi contribución fuera de podcast y de tiempo a Vigilante
Una de las peores cosas que llevo cuando escucho el podcast de Vigilante (que si no escucháis, por favor, haceros el regalo y poneos con sus programas; a partir de ese días veréis el cine de otra forma) es no poder intervenir. Están comentando películas, lanzando ideas, buscando las aristas a algún tema y sientes crecer dentro de ti la intervención, el matiz, el dato, otro punto de vista, otra películas que podría reforzar o refutar lo que están diciendo, pero, claro, no puedes intervenir. O sí, pero le estarás hablando al armario de la cocina o, con suerte, al gato que te mirara con esa actitud de "¡y qué mierdas sabrás tu de cine!".
Su último programa es un Especial Belleza
La primera películas que me vino a la mente cuando escuché el tema del nuevo Vigilante fue Picnic (1955). Para mí una de las películas fundamentales sobre la Belleza y sobre la soledad de los bellos. La película trata muchos temas y se puede ver desde muchos puntos de vista siendo uno de sus temas principales la presión, la marca a fuego, el papel que se les impone desde fuera a Kim Novak y William Holden solo por ser hermosos.
Sobre todo ella. La presión por parte de la madre para conseguir un buen marido y cifrando todo el futuro de la familia en la fugaz belleza de la hija. La envidia de la hermana, la fascinación del novio que no puede ver más allá de la bellísima cara de Kim Novak, la presión de todo el pueblo por ser la imagen perfecta de la perfecta chica americana. Picnic es una película que me encanta. Sobre todo la primera hora, justo hasta que una enorme Rosalind Russell rasga la camisa de William Holden. Luego todo estalla y los reproches, envidias y odios llenan la pantalla. Así Picnic acaba entrando en la misma tradición de desenterrar las miserias de la perfecta e idílica América rural que The naked kiss (1964) o Blue Velvet (1986).
Además, a Picnic le tengo especial cariño porque fue donde tuve uno de mis mayores y más duraderos cuelgues con un personaje de ficción. Vi la película por primera vez a los catorce o quince años en una emisión en TV3 y allí me encontré con el personaje de Millie, una adolescente con camisa de cuadros que fuma a escondidas mientras lee El corazón es un cazador solitario.
Un año después, en Francia, se consolidó un mito en una película donde la belleza de su protagonista la condiciona del todo y la convierte en lo que la mirada masculina sobre ella cree que debe ser.
En 1963 Federico Fellini dirige para mí una de las películas más perfectas que se han hecho, de las más bonitas, más complejas, más tristes y divertidas. Una deconstrucción del mito del artista, del arte, del cine y una construcción de las trampas de la memoria y la nostalgia. 8 1/2 es una de esas obras inabarcables y que como obra maestra resulta inagotable. Entre la miriada de temas que pueden hallarse, se habla de la belleza y de su doble faceta. La belleza angelical y la monstruosa, la celestial y la terrenal, la ideal y la realista. Claudia y la Saraghina.
Que nadie inventó nada y todo está en Oscar Wilde, claro. En el programa se habla de varias de las adaptaciones que ha tenido a cine El retrato de Dorian Wilde. Mi contribución será un breve apunte de una de las primeras y más clásica; la que en 1945 dirigió Albert Lewin bajo el título The Picture of Dorian Gay. A pesar de algunos subrayados algo molestos, la película me gusta mucho. La degradación moral de Dorian Gray está muy bien explicada y crea momentos de una gran inquietud con mínimos elementos (un piano, una puerta que se abre, alguien que sale y recibe unas monedas...). Aparecen Angela Lansbury y un pletórico Georges Sanders como Lord Wolton y sorprende la elección de un actor como Hurd Hatfield como Dorian Gray; un físico discreto, una apariencia casi gótica muy alejada de la idea de un Gray divino.
Es un Dorian Gray que acaba acercándose al cine de vampiros clásicos con su languidez y trajes negros, su pasión por la oscuridad y por degradar a víctimas inocentes. Una imagen cuya corrupción se escapa del cuadro y afecta a todos aquellos que se acerca a él.
La belleza degradada que se redime, pelea y se venga de la degradante mirada masculina.
La belleza como poder.
Vigilante, William Lusting, 1983
La belleza como viaje al infierno.
Y, como más o menos decía Platón, la belleza como sinónimo de bien y bondad.
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