The house of sorority row, Mark Rosman, 1983

 


Hace tiempo que no hablo de ningún slasher.

La verdad es que he hablado muy poco del género en el blog lo que no deja de sorprenderme porque es uno de mis favoritos y con los que más me divierto sobre todo, y aquí no soy original ni quiero serlo, con el que se hizo a finales de los setenta y todo los ochenta. El slasher actual no me interesa tanto; demasiado autoconsciente, demasiado paródico o, incluso, con una delectación demasiado intensa y alargada en el estallido violento (me estoy haciendo viejo y cada vez la violencia me interesa menos y me repele más... estaré evolucionando a señora victoriana, supongo).

El slasher clásico es violento, sí, y sangriento (solo hay que ver las veces que sean necesarias Pieces), pero no sé si será el marco estético, el color o lo que sea que me resulta más atrayente y tolerado que expresiones más contemporáneas como la saga Hatchet o Saw (¡esto no es un slasher!, diréis, ya lo sé, digo, pero ya nos entendemos), por ejemplo. Menos los italianos de los setenta y ochenta. Todo el slasher italiano ultragore, burro, guarro, cerdo y repulsivo me supera. Me pongo Lo squartatore di New York y acabo pidiendo al mayordomo que no tengo que me traiga las sales.

Uno de los slashers americanos de los ochenta que más me gustan es The house of sonority row que en 1983 y en plena fiebre de imitaciones de Friday the 13th dirigió con gusto y gracia Mark Rosman en su primera película (después de ésta su carrera es muy discreta). ¿De qué va? La típica broma de hermandad que sale mal y tendrás que acarrear con las consecuencias. Se destapan secretos del pasado, giros de guión inesperados (¿seguro?), misterios, muertes por objeto contundente y chica final corriendo y sobreviviendo. Nada muy original, cierto. 

No es nada que otros slashers de los mismos años ya nos hubieran explicado, pero, y aquí viene por qué me gusta la película, hay una sublimación estética, sobre todo en su última parte, que hacen que The house of sonority row se diferencia de otras películas de asesinos disfrazados. 

Lo que empieza siendo un slasher como otros, pero mejor dirigido e interpretado que muchos, acaba siendo una fiesta de colores y onirismo que bebe de Mario Bava y los italianos. Introduce un elemento de ensoñación que ahonda en el desconcierto de la protagonista y mete al espectador en ese mismo desconcierto. Y sin ser gratuito ni efectista. Una de las mejores cosas que tiene la película es que lo que pasa tiene sentido y es coherente. Y los personajes no están nada mal. Al final, sabe mal que maten a (algunas) de las chicas. Que en su fondo es lo que hace que una película catalogada como terror sea en verdad una película de terror. Si no te preocupan a quien matan, la película solo es una cuenta de cadáveres (nada en contra, ojo, también es divertido ver cómo se cargan a gilipollas por ser gilipollas como en Friday the 13th Part IV).

La película acaba siendo un deleite visual y se convierte en algo muy bello; se me olvidan todos los problemas que pueda tener y me enamoro (otra vez) de ella. 

Aviso: las imágenes contienen destripes de la película.











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