The naked kiss, Samuel Fuller, 1964
The naked kiss tiene uno de los inicios más fuertes, directos, crudos y mejores de la historia del cine. Un principio que abre un puñado infinito de interrogantes y que hace que el espectador necesite ver más e intente imaginar hacia dónde conducirá esta historia. La genialidad es que lo que viene a continuación no tiene nada que ver con las expectativas que te habías creado. Fuller dinamita cualquier idea preconcebida gracias a su brutales tres primeros minutos. Alguien empieza así una película y me tiene completamente ganado.
¿Creías que ibas a ver un thriller? Pues toma melodrama y te callas.
Imaginaba que lo que vendría después sería una thriller, una historia de venganzas y tipos duros, pero me encuentro con un melodrama con tintes negros. Una disección de la hipocresía provinciana americana y ,por extensión del mundo occidental; es un melodrama exaltado, una película inquietante (esos niños vestidos de piratas mientras la protagonista canta entre ellos, esos planos de niñas a la cuerda en la calle, las fiestas repletas de hipócritas...) que de forma inmediata te lleva al Blue Velvet de Lynch o al cine de John Waters.
Barrios y pueblos idílicos que ocultan monstruos; un subtexto moderno que otorgan a la película un aire de pesadilla. Poco importa si es más o menos melodramática o si los diálogos son artificiales o no. Todo eso, de verdad, no importa. The naked kiss se ve por la experiencia de ver cómo escarba y saca la basura y como en el año 1964 un tipo se atrevió a tocar temas de los que no se hablaba.
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