Peppermint Frappé, Carlos Saura, 1967

Lo que son los prejuicios.
Ojo, que estoy a favor. Suelen ahorrarte tiempo y disgustos, pero a veces hacen que te pierdas cosas.

Hace unos días vi por primera vez Peppermint Frappé de Carlos Saura. No es un director que haya seguido mucho, algunos de sus últimos musicales y algo de sus últimas cositas de ficción que acabaron en un "pues vale, pues venga". Con excepción de La caza,no me había acercado a su obra de finales de los sesenta y setenta. Estaba allí, la observaba de lejos, pero ni se me ocurría ponerme un día a verlas. ¿Por qué? Supongo que me llené los oídos de críticos que hablaban de los mal envejecidas que estaban, de que su tema y mensaje estaba caduco, que su técnica ya no hablaba un lenguaje reconocible... Y me lo creí. También había parte de ese discurso un poco gilipollas de "el cine español y bla bla bla". Pero en los últimos meses me estoy haciendo un repaso al cine español desde los años treinta hasta principios de los años ochenta y sí, un poco gilipollas sí que he sido por haberme dado el lujo de perderme un montón de maravillas y buenas pelñiculas.

Así que hace unos días que me puse Peppermint Frappé. En las últimas semanas he estado resiguiendo la obra de José Luis López Vázquez para confirmar que es uno de los mejores actores de la historia (su infinita capacidad de registros diferentes, de tocar todas las teclas de la comedia y el drama, de componer una sinfonía con solo una mirada, de devorar una película en unos pocos segundos, etc.) y a la fuerza acabas topando con sus colaboraciones con Carlos Saura. Y una noche me puse a verla. Y sí, por dentro pensaba en el ladrillo anticuado que me iba a tragar y todo eso de lo caduco, viejo y anquilosado que había quedado un cine que en su momento era moderno y conectado con Europa y si escribía una reseñas seria irónica y hay que ver lo que somos... Sí, lo intento y peleo cada día contra él, pero a veces el "crítico interior" (también conocido como "el perfecto gilipollas") sigue molestando e imponiéndose.

Así que hace unos días vi Peppermit Frappé
Joder.
No sé si será porque estoy más conectado con el cine que se hacía entre los sesenta o setenta, si la película ha cogido nuevas lecturas en este 2020 debido a su naturaleza voluntariamente críptica y metafórica, si lo viejo es lo nuevo nuevo o por qué, pero la película fue una revelación y hubo una conexión inmediata con ella; un tipo de emoción cinéfila que en los últimos tiempos solo me ha pasado con 3 women de Robert Altman o con Memorias de subdesarrollo de Gutiérrez Alea entre muy pocas más. Es una película que habla en un idioma que entiendo y con la que comparto un mismo espacio.
¿Por qué la historia de un solterón reprimido y envidioso obsesionado con la esposa de un amigo me ha llegado tanto? La historia de un tipo despreciable, acostumbrado a estar en la sombra, humillado y envenenado con una mirada inquietante. Llevo días pensándolo, y creo que se debe a la fuerte ironía del relato, al juego cruel en el que se mueve, a hacer una reimaginación de los motivos de Buñuel y Hitckcock, el punto de vista de un narrador poco fiable y nos deje entrar en su mundo de obsesiones, inquietante erotismo, manipulaciones y profundas envidias. Las imágenes surrealistas, el paseo por el balneario en ruinas, López Vázquez ( inmenso, enorme e inabarcable) pintando los labios de su secretaria o explicándole como debe ser una mujer guiándose por las fotos que colecciona de las revistas.


Y aquí la película adquiere una lectura terriblemente moderna en su exploración de una masculinidad frágil, enferma y agotada que deviene terriblemente manipuladora y tóxica; como objetiviza a la novia de su mejor amigo en fantasía y objeto del deseo y cómo quiere convertir a su secretaria en otra mujer (ambas interpretadas por una maravillosa Geraldine Chaplin). Ignoro si Saura y Azcona quisieron hablar de este tema con la película (por lo que he leído sus temas eran la represión, la envidia y radiografiar esa España franquista anquilosada y cancerígena enfrentada a un mundo moderno, colorista y alegre), pero como toda obra de arte se rebela hacia sus creadores y permite otras lecturas y visiones entre sus aristas.

Peppermint Frappé es una obra compleja, rica, visualmente hermosa, esquiva, manipuladora y juguetona. Uno de los muchos tipos de cine que me gustan y amo. Ahora me veo obligado a hacerme un repaso este verano por el cine que hicieron juntos Geraldine Chaplin y Carlos Saura y explorar un cine del que había rehuido. 






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