Condenados a vivir, Joaquín L. Romero Marchent, 1972

Condenados a vivir, Joaquín L. Romero Marchent, 1972

Cuando terminé de ver Condenados a vivir necesitaba una ducha. Durante una hora y media había estado inmerso en la podredumbre humana, en un relato oscuro, nihilista, pesimista e inmisericorde rodeado de ejemplos abyectos de miseria moral y donde las acciones estaban guiadas por el odio, la venganza, el revanchismo e infringir dolor por dolor. El único personaje positivo de la película sufre vejaciones y es atormentado por ser inocente.

Claro, todo eso me encantó.

Un sargento del ejercito acompañado de su hija custodia una cuerda de reos por medio de un paisaje agreste y extremo (rodados los exteriores en el Pirineo aragonés y tuvo que ser un infierno rodar con nieve, frío y presupuesto que se adivina irrisorio). Van encadenados unos a otros y uno de esos reos mató a la esposa del sargento, pero no se sabe quién.

Argumento mínimo. Un guión exquisitamente escrito con un par de giros de aplaudir. Unos actores perefectos (¡qué rostros!); secundarios de toda la vida como Manuel Tejada, Xan de Bolas, el enorme Antonio Iranzo, etc., que se hacen suyos unos personajes repulsivos. Un paisaje duro desprovisto de grandeza. La película es oscura, opresiva y no deja ningún margen para el espectador. Y sucia. Muy sucia. Una guarrada en todos los sentidos; física, olfativa y moral.

Me encantó, claro. Una de esas piezas ocultas de la cinematografía española que vale por la filmografía entera e directores con premios en festivales; la típica película que en el extranjero se venera (Tarantino la tiene como referencia directa y confesa para sus Odiosos ocho), pero que aquí ni tiene una triste edición en dvd. ¿Por qué? Supongo porque es un western o porque Romero Marchent dirigió cine de género toda la vida con elegancia, sabiduría y sentido de la industria.







Y qué bien le sienta al western la nieve y tontear con el terror.
Aquí hay tema para próximo ciclo.

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