La hora incógnita, Mariano Ozores, 1964


Una auténtica rareza del cine español de los sesenta. Ciencia ficción apocalíptica muy influenciada por La hora final de Stanley Kramer, que recuerda a un cuento de Bradbury o a un capítulo de La dimensión desconocida pasado por la mirada de Frank Capra.

Por un error un cohete nuclear caerá en una ciudad española de provincias. La ciudad se evacua, pero en ella se quedan cada uno por motivos distintos trece personas que vagaran por las desiertas calles poniendo en orden su vida antes de morir, buscando una salida, conociéndose, etc.


El fracaso comercial, que no crítico, de esta película hizo que Mariano Ozores abandonara cualquier pretensión artística y abrazada el cine más puramente comercial iniciando una decadencia que lo llevó a auténticos horrores a todos los niveles posibles, sobre todo en su última etapa. Una pereza a nivel argumental y, sobre todo, técnico que dio películas malas, feas y verdaderamente difíciles de digerir.

Por eso La hora incógnita sorprende tanto.
Una puesta en escena elegante y compleja, un guión bien construido, una preciosa fotografía en blanco y negro de Godofredo Pacheco, un montaje dinámico y una buena galería de personajes (algunos más desarrollados que otros) que hace que sus cien minutos de duración pasen volando.


No es una obra maestra y pesa mucho el mensaje que Ozores quiso imprimir en la película; ese punto de cuento moral cristiano que en algún momento resulta algo cargante, o que tire por algún recurso más sentimentaloide o melodramático para enfatizar ese mensaje, pero la época en la que se hizo pesa lo suyo (esa España gris de principios de los sesenta).

Pero la fuerza de algunas imágenes y, sobre todo, sus actores compensan esos momentos. Un elenco bien compenetrado donde sobresalen Mercedes Muñoz Sampredo y Mari Carmen Prendes como esas amigas cotillas que aprovechan que sus amigas han dejado sus pisos vacíos para curiosear, Luis Prendes tirando de oficio, Enrique Vilches buscando su gato, lo bellísima y dulce que está Elisa Montés y, especialmente, un enorme José Luis Ozores que roba cada escena solo con aparecer.


Una película muy interesante a redescubrir y que deja el poso amargo de qué derroteros podría haber tomado la carrera de Mariano Ozores si hubiera seguido por esta línea de películas en vez de renunciar a cualquier ambición por una comercialidad cada vez más arrastrada. Y que conste que defenderé siempre su figura como alguien que hizo industria, conecto con el público, escribió el diálogo de las libras en Yo hice a Roque III, pero donde muchas de sus películas acabaron siendo terriblemente feas y perezosas.

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