El juego de la verdad, José María Forqué, 1963


Un cadáver aparece con una puntilla clavada en medio de una plaza de toros. Una vez el juez levanta el cuerpo, empieza un largo relato que nos llevará a saber qué ocurrió esa noche, por qué alguien murió y quién es el muerto.

José María Forqué es uno de los directores de cine españolas más interesantes (sobre todo en los cincuenta y sesenta) y al que más aprecio tengo. Tiene el oficio del buen artesano que sabe tocar todos los palos con igual profesionalidad sabiendo construir una comedia, un thriller policíaco o un erótico. Tiene puñado de buenas películas a redescrubrir. De las que he visto, mis favoritas, Amanecer en puerta oscura, una historia de bandoleros que revienta los géneros para construir algo extraño y oscuro y Atraco a las 3, una de las mejores comedias de la historia del cine y punto.


El juego de la verdad es un melodrama criminal. Como en estos casos, no importa tanto saber quién es el muerto si no el desarrollo de los acontecimientos que llevaron al crimen y, sobre todo, el retrato de un puñado de aburridos burgueses y su juego de mentiras y crueldades.

Muy influenciado por Antonioni que en aquellos años arrasaba con La noche o El eclipse, la película sigue a unas parejas amigas en una noche donde encadenan fiestas, paseos, saraos y bailes y donde se van desmontando el juego de hipocresías y mentiras con las que están construidas sus relaciones. Adulterio, abusos, desprecio, clasismo rancio, machismo... Y el uso y abuso de todos esos que consideran sus "inferiores" representados tanto por la bailarina y el guitarrista que los acompañan toda la noche pasando hambre, fríos y desprecios, como esa pareja industrial de Badajoz, esos pueblerinos de los que reírse y abusar.


Un puñado de buenos actores defendiendo personajes antipáticos y desagradables; José Bodalo imponiendo voz y presencia, Alberto Dalbes en el personaje más hostiable de la película o en un minúsculo papel, Alicia Hermida como la más apática y aburrida palmera flamenca de la historia en un contrapunto cómico que funciona.

Y aunque la película no puede evitar cerrarse con un punto moralista, es el año 1963 y España estaba como estaba, la película no evita críticas a una clase social aburrida, indolente y cruel que se siente y sabe amparada por el sistema y que siente una impunidad moral hacia los que están debajo. Que una de las últimas frases que se pronuncian en la película sea "Pero nosotros no hemos hecho nada" es muy significativo.

Por último, la fotografía nocturna de Juan Mariné es preciosa. Y me encanta como está iluminado ese coche; ya sabéis, lo que pasa con las puertas cerradas.


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